Crónicas adaptadas: León

Hace cosa de dos meses publiqué en el Foro Madex un capítulo de Crónicas Adaptadas sobre nuestra estancia en León. En él, me ceñí, exclusivamente, a analizar el funcionamiento del C.R.E. donde nos alojamos.

Ha sido un post muy visitado y que ha generado cierta polémica. Con tanta discusión sobre lo mismo, siento que me he dejado una gran experiencia por relatar. Así que, esta vez quiero referirme a las “escapadas” que perpetrábamos por las tardes, que, sin duda, fueron lo más positivo de todo el viaje.

Nos encontrábamos a un cuarto de hora en coche del Barrio Húmedo. El trayecto se puede también hacer en calidad de peatón, pero, lamentablemente, mis baterías no están para largos recorridos. De forma que, el procedimiento a seguir consistía en utilizar un taxi adaptado que, como imaginaréis, tenía que hacer dos viajes para transportarnos a cada uno con nuestra silla correspondiente.

Si estáis en Rabanedo, preguntar por el taxista Andrés. Un gran hombre, agradable, simpático, amable, dispuesto a ayudar en lo que haga falta. Además el tío nos programaba la ruta para no perdernos nada. Mejor imposible!

El primer día nos dejó justo detrás de la Catedral. Dándola un rodeo, disfrutando de su imagen, llegamos a la portada. Aún estábamos a tiempo de entrar en el templo.

Para hacerlo, la accesibilidad no presenta pegas. Se hace a través de una rampa que gira a derechas y luego a izquierdas, y que tiene algo más pendiente de la cuenta, que hace necesario pasarla muy despacito para no patinar y perder el control.

Entre esto y el impacto que te provoca el encontrarte de golpe con la visión de las impresionantes vidrieras, me fue inevitable soltar una “palabrota” que, por otra parte, no desentona en estos lugares.

La verdad es que no era para menos; llevaba desde que hice C.O.U. con ganas de verlas. Junto con los varios rosetones y la monumental arquitectura, la visita se convierte en algo alucinante.

 

Después, circulando por calles estrechas, llegamos a San Isidoro. Su entrada consta de unos cuantos peldaños que nos impidieron el acceso.

Seguimos callejeando entre multitud de atractivos establecimientos que invitaban a degustar tapas, embutidos y golosas bebidas.

Nuestro Quid era si quedarnos a picar algo o irnos. Pero, claro, el problema estaba en que para cenar en el C.R.E. había que estar a las 20:30, lo cual arruinaba toda la excursión.

Finalmente, nos lanzamos a no resistimos ante aquel panorama y decidimos disfrutar, pese a mi gran dependencia para comer. Gracias a la pericia de Silvi, y a elegir unos alimentos que a ella le resultasen fáciles para darme; pudimos disfrutar de una cena muy especial en la Calle Ancha, muy cerca de la iluminada Catedral.

A veces, todo nos parece más difícil de lo que es en la práctica. Nos lanzamos, despreciando nuestras limitaciones, y nos sentimos orgullosísimos de haber cumplido un auténtico reto. Lo que podíamos, lo hacíamos. Lo que no, siempre nos ayudaba alguien. El camarero incluso nos sacó el dinero de la cartera. Y fotos en todas partes no nos faltaron.

El segundo día Palacio Botines, Plaza San Martín, tabla de embutidos Leoneses y otro paseo inolvidable. De nuevo, coincidimos con un camarero que nos puso todo muy fácil.

Estábamos exultantes, pletóricos. Otra expedición victoriosa. Tanto que pensé titular a mi crónica “C.R.E., rozando la autonomía”. Pero, desgraciadamente, poco después se me quitaron las ganas.

El tercer y último día de “aventura” variamos levemente de protocolo. Yo fui en el primer turno que me dejó a la entrada del parque de Quevedo. Desde allí, tenía que ir por una avenida peatonal y atravesar el puente romano hasta llegar al Parador Nacional, donde me encontraría con Silvi. Puede parecer una bobada, pero moverme yo solito por una ciudad desconocida me provoco una extraña sensación que, afortunadamente, la supere sin más, y para cuando ella llegó en el Taxi yo ya estaba admirando la extensa fachada de San Marcos. Durante la espera no faltó alguna anécdota curiosa, como cuando un mendigo medio pasado o del todo, al acercarse, me dijo a modo de bronca: Levántate y anda! Como está el patio, pensé; pero en fin, son gajes del oficio. Siempre he despertado la atención de los colectivos en riesgo de exclusión social. ¿Será por corporativismo?

Una vez juntos, visitamos el Hall de Parador –muy recomendable-. Para entrar en el claustro, es necesario abrir una puerta de cristal precedida de una rampa muy inclinada, por lo que desistimos.

A continuación, es muy recomendable dar un paseo junto al río. Enseguida se encuentra unas cómodas bajadas que enlazan tres niveles de altura hasta llegar a la misma orilla del Bernesga.

Tras un agradable rato, deshicimos mi camino por el puente para conocer el Parque de Quevedo. Unos preciosos jardines poblados por diversas especies de simpáticos animalitos.

Y hasta aquí llegó nuestro Tour por León. Una ciudad muy confortable para recorrerla en silla de ruedas. Con muchas zonas peatonales, sin peldaños que recordar y con muchos bares con buen acceso. Sobre los W.C. no puedo opinar, ya que no podía permitirme el lujo de hacerles una visita.

Lo que si pude comprobar es que el parking de la plaza de Santo Domingo no cuenta con ascensor, teniendo que seguir la senda de los coches. De ello fui protagonista cuando hice de guía, repitiendo toda la ruta, para mis padres.