Boccia a discreción.

Si la Boccia fuera o fuese un deporte de contacto, aún tendría todo el cuerpo magullado del palizón que me llevé el pasado miércoles, jeje.

Bueno, tampoco hay ser tan exagerado, pero es que el primer partido si que fue una buena tunda.
Recuerdo que saqué yo, y me quedó de «enmarcar», pegándome a la blanca, pero fue después de penalizar por sobrevolar la línea delantera con la punta de la canaleta. Entonces retrocedí la Salsa, y me calló otra amonestación por tocar el limite trasero.
Entonces cundió el agobio. Sheila y yo estábamos como en el camarote de los hermanos Marx. Nos caían por todas partes. Intentaba encontrar una postura legal pero con la excesiva  longitud de mi endeble canaleta y el tamaño de la Quickie de seis ruedas, se ponía complicado conseguir una posición eficaz.

A continuación, el cañón de precisión de mi oponente empezó a abrir fuego, colocando las bolas donde se le antojaba.

Bueno, no pasa nada. quedan otros tres parciales. Fue lo poco que pude comentar con mi «timonela». El reglamento prohíbe a los auxiliares hablar o mirar al campo. Se me hacia difícil no compartir con ella lo que estaba pasando a su espalda, e intentaba retransmitírselo mediante gestos, pero tengo que reconocer que tiene que ser así para que todas las decisiones y la responsabilidad sean del jugador.

No recuerdo cada parcial pero más o menos fue más de lo mismo. En el segundo encuentro deje estar perdido -sólo me cayó una «tarjeta-, y vencí a mi compañero de «escudería», Jon, quien casi me venga, empatando con mi primer agresor. Lástima que no le pudiera rematar en el desempate.

En el tercer duelo me tocó con otra Fórmula Uno. Aunque esta vez la diferencia fue mucho más estrecha. No me separé de su rebufo y llegué al cuarto parcial con posibilidades de adelantarla (1-2). Ella sacó y se salió, por lo que el «servicio» pasó a correr de mi cuenta. Quise ponérselo difícil, aparcando la diana justo en la esquina, pero me quedé corto, y el saque volvió a recaer en ella.

Finalmente, me venció por un punto, ganado por un milímetro, que impidió el empate. Fin del último partido, 1-3.

Me encanta ganar pero no tengo mal perder. Lo triste es cuando la derrota implica eliminación para las siguientes concentraciones. Hace poco escribí por aquí que no basta con participar. Sin embargo, ahora discrepo de mis propias palabras, porque ojala tuviese más oportunidades continuadas de competir y aprender. Lamentablemente, el campeonato es así y te exige ser el mejor desde que entras por la puerta.

Como dicen los pilotos que abandonan en el Dakar, «ahora, a pensar en el año que viene». Uff, que largo se me hace.